EL MARCO LEGAL
El mundo editorial discute cómo controlar la piratería en el 'e-book'
Algunos editores están retirando los sistemas 'anticopy' para no hostigar a sus clientes de pago
PEDRO VALLÍN | Madrid | 22/12/2009 | Actualizada a las 02:12h | Cultura
La evidencia de que la cultura en red suprime el valor de la copia (en el que ha descansado la economía de la cultura tradicionalmente) y abre la puerta a la reproducción infinita y gratuita es una de las preocupaciones principales del sector editorial ante la llegada del e-book. Eso explica que lo primero que se comercializara en libro electrónico fueran títulos cuyo ciclo en el mercado de papel había concluido, lo que significaba espantar todo riesgo.
Sin embargo, la demanda de contenidos para los e-readers no es diferente de la del mercado de papel. "La lista de los 20 títulos más vendidos en Amazon [que pusieron a la venta el célebre lector Kindle] y la de The New York Times son exactamente la misma, lo que significa que el propietario de un libro electrónico quiere lo mismo que el cliente de una librería", explica el analista Javier Celaya. Sin embargo, de momento las editoriales temen que crear rápidamente una versión digital puede comprometer el negocio de la edición de papel que, después de todo –al menos, hasta ahora–, es un negocio seguro. Un Harry Potter o un volumen de Millennium tienen, tras el impacto del primer título, una demanda perfectamente previsible y millonaria.
La actitud, conservadora en lo relativo a los lanzamientos que tienen los editores españoles, es la misma que se registró en Estados Unidos hace un par de años y que hoy en gran medida ya ha desaparecido. La prueba es que Dan Brown ha salido simultáneamente en formato digital y papel en el mercado estadounidense. El debate es si esa prudencia fomenta la piratería: desde que un libro sale a la calle en papel, ya hay versiones digitalizadas en las redes P2P por lo que, en buena medida, retrasar su venta para los clientes que poseen un lector de libros digital los obliga a acudir a esas redes de intercambio de archivos a buscar ese título. Y de hecho, así lo hacen. Esto no sólo supone perder la venta de un libro digital sino, eventualmente, muchos más, ya que el usuario que acude a buscar un título a las redes P2P presumiblemente no se bajará una sola obra, en aplicación del viejo principio del "ya que voy...". Después de todo, esta fue la política de negocio que condenó a la industria discográfica y de la que apenas están sacándola ahora servicios de amplio catálogo disponible como Spotify o iTunes, basados en el catálogo y los servicios.
La otra prevención contra la piratería es el llamado DRM (Digital Rights Management), una especie de anticopy que incorporan los libros digitales y que en España parece que va a ser adoptado de forma unánime por todas las editoriales. El sistema impide un uso indebido de la copia que el usuario de un e-reader se baja a su dispositivo, y hasta ahora es razonablemente seguro. Lo que no quiere decir que no existan métodos para crackearlos (como ocurre con los DVD dotados de anticopy). Sin embargo, en la islas británicas y Estados Unidos, el debate en torno a este sistema también es intenso e incluso algunas editoriales que lo incorporaban han dejado de usarlo. ¿Por qué? Bueno, de nuevo la experiencia previa de las industrias musical y audiovisual con internet demuestra que limitar los derechos de quien está dispuesto a pagar o presumir su comportamiento ilegal frente a los de quien se descarga gratis es mal negocio (por ejemplo, es muy debatido en internet que sean los usuarios que compran películas los que se coman los inquisitivos anuncios contra la piratería que, lógicamente, no aparecen en las películas descargadas). "Además de la calidad de los contenidos, la otra ventaja de la comercialización on line deben ser los servicios", dice Celaya, recordando que a un suscriptor de iTunes el propio sistema le recomienda nuevas obras ajustadas a sus gustos, contenidos de los que no tendría conocimiento sin que el servidor le informara, a la manera de un librero de confianza. Ofrecer servicios similares es otro de los empeños de los editores.
La actitud, conservadora en lo relativo a los lanzamientos que tienen los editores españoles, es la misma que se registró en Estados Unidos hace un par de años y que hoy en gran medida ya ha desaparecido. La prueba es que Dan Brown ha salido simultáneamente en formato digital y papel en el mercado estadounidense. El debate es si esa prudencia fomenta la piratería: desde que un libro sale a la calle en papel, ya hay versiones digitalizadas en las redes P2P por lo que, en buena medida, retrasar su venta para los clientes que poseen un lector de libros digital los obliga a acudir a esas redes de intercambio de archivos a buscar ese título. Y de hecho, así lo hacen. Esto no sólo supone perder la venta de un libro digital sino, eventualmente, muchos más, ya que el usuario que acude a buscar un título a las redes P2P presumiblemente no se bajará una sola obra, en aplicación del viejo principio del "ya que voy...". Después de todo, esta fue la política de negocio que condenó a la industria discográfica y de la que apenas están sacándola ahora servicios de amplio catálogo disponible como Spotify o iTunes, basados en el catálogo y los servicios.
La otra prevención contra la piratería es el llamado DRM (Digital Rights Management), una especie de anticopy que incorporan los libros digitales y que en España parece que va a ser adoptado de forma unánime por todas las editoriales. El sistema impide un uso indebido de la copia que el usuario de un e-reader se baja a su dispositivo, y hasta ahora es razonablemente seguro. Lo que no quiere decir que no existan métodos para crackearlos (como ocurre con los DVD dotados de anticopy). Sin embargo, en la islas británicas y Estados Unidos, el debate en torno a este sistema también es intenso e incluso algunas editoriales que lo incorporaban han dejado de usarlo. ¿Por qué? Bueno, de nuevo la experiencia previa de las industrias musical y audiovisual con internet demuestra que limitar los derechos de quien está dispuesto a pagar o presumir su comportamiento ilegal frente a los de quien se descarga gratis es mal negocio (por ejemplo, es muy debatido en internet que sean los usuarios que compran películas los que se coman los inquisitivos anuncios contra la piratería que, lógicamente, no aparecen en las películas descargadas). "Además de la calidad de los contenidos, la otra ventaja de la comercialización on line deben ser los servicios", dice Celaya, recordando que a un suscriptor de iTunes el propio sistema le recomienda nuevas obras ajustadas a sus gustos, contenidos de los que no tendría conocimiento sin que el servidor le informara, a la manera de un librero de confianza. Ofrecer servicios similares es otro de los empeños de los editores.
LOS DIFÍCILES LÍMITES GEOGRÁFICOS DE LOS DERECHOS
La lengua, único límite del negocio global
Una dificultad añadida con la que se encuentran los editores es el respeto a los límites de sus derechos, que normalmente son nacionales. Este es un asunto especialmente peliagudo para las editoriales en castellano, ya que el mercado de esta lengua no acaba con las fronteras del país, sino que se extiende a toda Hispanoamérica, donde distintos editores pueden ser los titulares de una misma obra para cada país. Se trata de evitar, por ejemplo, que una traducción de Richard Ford en Anagrama pueda descargarse en países de habla hispana donde el titular de los derechos del novelista norteamericano es otra editorial. Para eso existe una herramienta, el geoblocking, que supone que cada e-reader sólo pueda acceder a las obras de su región del mundo. Como en el caso del DRM, esta pretensión se enfrenta a dos dificultades: que un especialista puede romper esos candados digitales, y que, como en el caso anterior, el usuario del mercado legal tendrá acceso a menos catálogo que el que descargue de redes P2P. Javier Celaya cree que las limitaciones por países a la larga son inútiles y subraya que ya hay editores que negocian con los autores los derechos no para países sino para idiomas, que son una frontera natural. Aunque esto también podría acabar con el sistema actual de ediciones exclusivas y abrir un fecundo mercado de traducciones compitiendo entre sí. En todo caso, contra estos dilemas, algunas compañías, como Google Editions, ya trabajan en un sistema que bebe de la experiencia de cine y música on line: ya que la copia nada vale, debe cobrarse acceso, libros en streaming que se pueden leer, pero no descargar en el e-reader.
Una dificultad añadida con la que se encuentran los editores es el respeto a los límites de sus derechos, que normalmente son nacionales. Este es un asunto especialmente peliagudo para las editoriales en castellano, ya que el mercado de esta lengua no acaba con las fronteras del país, sino que se extiende a toda Hispanoamérica, donde distintos editores pueden ser los titulares de una misma obra para cada país. Se trata de evitar, por ejemplo, que una traducción de Richard Ford en Anagrama pueda descargarse en países de habla hispana donde el titular de los derechos del novelista norteamericano es otra editorial. Para eso existe una herramienta, el geoblocking, que supone que cada e-reader sólo pueda acceder a las obras de su región del mundo. Como en el caso del DRM, esta pretensión se enfrenta a dos dificultades: que un especialista puede romper esos candados digitales, y que, como en el caso anterior, el usuario del mercado legal tendrá acceso a menos catálogo que el que descargue de redes P2P. Javier Celaya cree que las limitaciones por países a la larga son inútiles y subraya que ya hay editores que negocian con los autores los derechos no para países sino para idiomas, que son una frontera natural. Aunque esto también podría acabar con el sistema actual de ediciones exclusivas y abrir un fecundo mercado de traducciones compitiendo entre sí. En todo caso, contra estos dilemas, algunas compañías, como Google Editions, ya trabajan en un sistema que bebe de la experiencia de cine y música on line: ya que la copia nada vale, debe cobrarse acceso, libros en streaming que se pueden leer, pero no descargar en el e-reader.